Sexualidad moderna: ¿Qué se ha perdido y qué se ha ganado?

Los antiguos hablaban de que las cosas tenían un «telos» o una finalidad. Entendían que el sexo era para reproducirse, ese era su telos, su fin único y último.

Evidentemente que esta concepción encerraba un sentido machista que desligaba a las mujeres del placer y las divinizaba en el sentimiento de la maternidad.

Cada sociedad tiene sus códigos morales y en el occidente de nuestro hemisferio, al cual pertenecemos, se fue creando una visión colectiva de una sexualidad basada en esa ley natural, con un gran componente religioso que no solo le dio un carácter sagrado a la vida sexual sino que también retrasó los procesos y legalizó una repartición desigual: El placer para el hombre y la maternidad para la mujer.

Han sido los cambios sociales, las luchas feministas, determinadas corrientes de avanzada dentro de las mismas religiones las que han dado pie a una vivencia de la sexualidad diferente, con conceptos morales pero más abiertos que los que se conocían.

La modernidad con sus luchas reivindicativas se encargó de enseñarle a la mujer a conquistar el derecho a su cuerpo, a vivenciar el placer sin culpa y a valorar la maternidad como algo excepcional, pero electivo.

En la modernidad, como siempre, hay nuevos retos, modas, expresiones y demandas. Actualmente estamos frente a un fenómeno contrario, una sociedad muy abierta y permisiva que critica el telos de la sexualidad dirigida a la maternidad y quiere construirla solo sobre el placer.

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Esa tendencia se llama «hedonismo», donde el placer se presenta como el fin último y el sentido de la vida.

Hemos pasado de ver el sexo como algo sagrado mezclado con una visión de pecado y restricción, a otro extremo que reúne a todos los medios que puedan incentivar el placer. Alcohol, modas, drogas, publicidad, estimulantes sexuales para reforzar un modelo social de evitación, de no dar la cara a la realidad y en ese disfrute muchos caen, se pierden o se mueren.

El reto es llevar la sexualidad a su punto medio, alejado de los extremos, donde el placer sea un objetivo sano y válido para todos pero donde no se abandone la responsabilidad por conseguirlo, ni se dañe a nadie ni a uno mismo.

La vida sexual tiene que convertirse en una celebración de lo compartido, donde el placer es parte importante de ese regalo que es la vida. Hay que trabajar por construir una moralidad de la sexualidad de acuerdo con los tiempos, que promueva la libertad desde la responsabilidad con los cuerpos, con valores y con sentimientos vinculantes como el amor.

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