Separación de “viernes”

El matrimonio, antes soñado como una unión romántica, de amor, indisoluble y hasta que la muerte los separe, se fue complicando y los intereses llevaron a que la ley lo contemple como una sociedad conyugal que suena como si fuera una empresa o una compañía por acciones.

En especial cuando ponen condiciones que describen que en esa sociedad, los integrantes compartirán todo lo que ya traen al matrimonio, y lo que dentro del mismo consiga uno de los dos por vía de trabajo, donación o herencia. A esto le llaman “separación de bienes”, e implica unos niveles de diferenciación entre el amor y los bienes materiales.

A partir de este modelo han surgido otras separaciones de manera graciosa en las parejas que se unen y entre sus condiciones se ha establecido “la separación de viernes”. En esta modalidad queda sobreentendido que se compartirá una relación amorosa, pero manteniendo espacios separados que de manera elegante asumió el nombre antes mencionado.

¿Es saludable que las parejas lo practiquen?

Depende. Los integrantes de una pareja que por algún tipo de afinidad decidieron vivir juntos, casarse, unirse, de ninguna manera hicieron un contrato de siameses, es decir, son personas que NO tienen necesariamente que compartir las 24 horas del día sin tener individualidades, privacidad, derecho a tener amigos y amigas con quien compartir cada cual por su lado.

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Lo terrible es cuando la “separación de viernes” implica convertir la privacidad en un “territorio libre” sin límites, con permisos para todo, de soltería por 24 horas, porque representa un peligro para la permanencia y sobrevivencia de la vida de pareja.

Algunas parejas lo conversan y lo incluyen amigablemente en los reglamentos de la relación, saben de esas libertades y las asumen conscientemente. En ese caso hacen un ejercicio de su libertad, estrenan nuevos modelos de vida de pareja, y son comportamientos acordados, nadie le miente a nadie y todo queda claro.

¿Qué derecho tenemos a enjuiciar la moralidad de estos acuerdos? Creo que los mismos que tenemos al valorar la “separación de bienes” de aquellos matrimonios que dicen se quieren tanto, pero lo bienes no entran en el trato, el negocio es aparte. Otro ejercicio de libertad.

Amor implica entrega, individualidad en una vida que se comparte entre dos, o sea, somos un par de personas que tiene vida propia y que han decidido compartir por mutuo acuerdo.

Tener individualidad implica que no se ha renunciado a la vida de relación, con amigos que no necesariamente son de la pareja, porque habían sido adquiridos antes o quizás después, porque tienen puntos comunes de coincidencia como el trabajo, los estudios, el deporte, los intereses y ello no implica que él o ella, aunque no participen, no sepan con quien anda su pareja.

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El riesgo de la “separación de viernes” es que llegue a romper los límites de la confianza, el respeto y la comunicación. De ahí que no podamos satanizar la expresión, porque muy bien podría haber un momento acordado para que cada quien se reúna con sus grupos originales, amigos o familiares. Ello permite el crecimiento de la vida de pareja y de la vida individual.

Hay parejas tan absorbentes que rompen el mundo de relaciones de su pareja, hacen que se olviden de los amigos. Ambos trabajan juntos y comparten tanto que la monotonía les lleva a romper la relación en un momento determinado o a vivir una vida aburrida que llega a perder la posibilidad de tener temas para conversar.

Hay parejas que cuando rompen, uno de ellos se encuentra desconectado del mundo, no sabe cómo ir a los sitios, qué hacer, no tiene amistades y perdió el vínculo relacional.

La separación de viernes es propio de la modernidad, con un poco de chiste y mucho de verdad, algo que debe ser sopesado para no negarla ni convertirla en un modelo radical. Cada pareja debe contribuir al desarrollo de ese ejercicio de libertad que le brinde independencia al otro que le haga sentir la necesidad de estar junto a su media naranja.

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