Educación sexual: ¿Quién o quiénes son los responsables?

Lo primero que debemos preguntarnos es de qué estamos hablando cuando decimos que hay que promover la educación sexual, qué es lo que hay que educar y por qué hacerlo.

Quizás se ha insistido más en el cómo hacerlo que en el por qué hacerlo.

Si la sexualidad es la carta de identidad de nuestra especie, debido a que abarca el todo de la persona humana, queda claro de antemano que el llamado ha de ser a educar la sexualidad y no el sexo, ya que éste queda incluido en ese contexto.

El sexo es lo que nos identifica como género: somos hombres o mujeres.

Educar la sexualidad y no el sexo es más complejo porque no se limita a dar informaciones sobre la vida sexual, el comportamiento sexual y la genitalidad, sino más bien a cómo incluir dichos aspectos en una visión más amplia que es la que habla del ser humano en su totalidad y la dinámica de éste con su mundo de relaciones.

Somos seres humanos que nos relacionamos, que tenemos afectos, compromisos, deberes, genitalidad, comportamiento sexual y estas potencialidades las desarrollamos de manera diferente en cada etapa de la vida. Es la expresión de nuestra sexualidad.

Esto implica que el compromiso es educar la sexualidad del ser humano. Educarla en un mundo de valores que le permita hacer un uso racional, prudente y moral de sus potencialidades, incluido el comportamiento sexual.

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Este ha sido un error histórico, el querer reducir la educación sexual al manejo técnico de las relaciones sexuales y sus implicaciones, el cómo evitar los embarazos no deseados, cómo evitar las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) y el VIH/Sida, cómo aumentar el placer o conocer las disfunciones y alteraciones sexuales.

Todo ello es importante y necesario, pero reducir la educación de la sexualidad a la educación de la genitalidad conduce al fracaso, pues pone en manos inexpertas un conocimiento que no tiene contexto.

Es decir capacita fundamentalmente a los jóvenes en el manejo de su comportamiento biológico del sexo sin tener referentes de orden social, familiar, religioso, o moral.

Si evaluamos la realidad y los resultados de este tipo de educación sexual pautada por muchos durante muchos años, veremos que lo que ha prevalecido es una alta incidencia de embarazos, VIH y sexo irresponsable.

¿Por qué no bajan estos índices si hemos gastado tantos recursos y esfuerzos en “educar” y en formar?

Si no basamos la educación sexual en un mundo de valores y de responsabilidad, podremos generar “sexpertos”, como se les ha llamado de manera despectiva.

Desde los griegos se planteaba que cada cosa tenía una finalidad, que estaba hecha para algo en especial, por lo que se definió que el único objetivo del sexo era la reproducción. Es en la década de los 90 cuando se aclara el papel del ciclo reproductivo femenino y pasamos de la ética de la reproducción a la ética del placer.

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A partir de este descubrimiento ya se puede definir una vida sexual sin temores de embarazos, se conocen los métodos anticonceptivos, se usa el condón para prevenir las infecciones; es un giro que debía lograr los cambios deseados pero no se modificaron los resultados.

Pensar que esos “cursos” son responsabilidad de la escuela ha sido una preocupación legítima, pero en cuanto se redujeron al ámbito de la fisiología sexual y de los conocimientos biológicos fracasaron. Decir que es responsabilidad de la casa, pero vista desde esa perspectiva, es su fracaso.

Tanto la escuela como la familia tienen la responsabilidad en sentar la plataforma de valores para que de manera responsable la persona ejerza sus potencialidades; ya sea para estudiar, para manejar, para bailar, para relacionarse, para vivir en sociedad, para administrar su anatomo-fisiología sexual, para trabajar o profesionalizarse.

El reto inicial es educar la sexualidad para llegar a informar y adiestrar sobre las técnicas de la genitalidad en un escenario de valores vinculantes, y el mayor vínculo para que la sexualidad se exprese y la genitalidad se realice es el amor.

Esto hace la diferencia

Biológicamente podemos acostarnos con cualquiera y usar las herramientas de lugar (anticonceptivo, condón, métodos naturales) sin que medie en ellos ningún tipo de vínculo.

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Puede ser una relación comercial, uno aporta su cuerpo para que el otro pague o derive algún beneficio por el placer brindado. Ahí no hay elementos vinculantes.

Educar la sexualidad exige de una plataforma de valores y de vínculos trascendentes como el amor. Ahí toma sentido tener el manejo de los conocimientos biológicos, para disfrutar más el placer, planificar los embarazos, evitar las infecciones y gozar de manera responsable lo bueno del sexo.

Este es el reto que tiene la familia, el hogar, la escuela y la sociedad, ponernos de acuerdo en el qué y el cómo. Ya tenemos “expertos” con habilidades y destrezas en los tecnicismos planteados pero que violan las leyes, no cumplen con sus responsabilidades, que aumentan las cifras de la violencia doméstica, que fracasan en sus vidas de pareja.

En esos ejemplos se evidencia que la infraestructura de valores no tuvo el soporte necesario para poder decir que se ha educado la sexualidad. Apostemos todos por una correcta educación sexual de la sexualidad.

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