Himen ¿El gran premio?

El himen es una ligera membrana que cubre el orificio de entrada a la vagina. Al principio, durante el desarrollo fetal, no hay una apertura vaginal. La delgada capa que cubre la vagina se abre parcialmente antes del nacimiento.

Se le atribuye ser una barrera para proteger en la niñez de las infecciones. Socialmente, se le ha dado al himen una preponderancia vinculada a una relación de entrega a un compañero, llegando a convertirse en un símbolo de propiedad arropado de una carga machista de dimensiones insospechadas.

En la antigüedad las tribus nómadas tenían como requisito que las mujeres conservaran su virginidad hasta el matrimonio, como prueba de ello, debían mostrar las sábanas manchadas de sangre al día siguiente de la primera noche de luna de miel.

De no demostrar esto eran arrojadas y apedreadas y como “el que hizo la ley hizo la trampa”, muchas que no eran vírgenes manchaban la sábana con sangre de cordero.

La visión religiosa católica también, al imponer el matrimonio como sacramento, resaltó la virginidad como virtud de entrega plena al marido.

Socialmente se fue institucionalizando la virginidad, “ser señorita” y guardar “su reputación” en dos centímetros de un tejido que a veces no está presente en el momento del nacimiento o que se puede perder en determinados accidentes que se produzcan en la vida de la mujer.

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Ambas visiones llevan a premiar al hombre con la “inauguración” de la vía vaginal que está sellada por una membrana con un pequeño orificio en el centro, el cual bajo presión del pene o los dedos se desgarra como quien da un puñetazo en una hoja de papel gigante. Esto no se rompe y desaparece o se esfuma, más bien se desgarra y deja colgajos que pueden luego repararse por vía quirúrgica y reconstruirlo en una cirugía llamada himenoplastia.

Es “una garantía” para los hombres de que es la primera relación de su pareja y que él es el primero en tenerla como propiedad. Se entiende como un premio de exclusividad, pero nadie cuestiona si es la primera relación del hombre ya que la sociedad promueve al hombre como poseedor de la mujer como propiedad y ésta como objeto de sumisión.

Este tema tratado antes como mito con matices jocosos tiene una gran importancia por las implicaciones sociales que subyacen en lo que antes creíamos era solo un dato “cultural” que se expresa en ese acto pero que trasciende a toda la relación de pareja.

Las tradiciones religiosas desde el imperio Inca tomaban en cuenta este tema asumiendo los hombres del sector social más bajo que el hecho de haber perdido el himen en una relación sexual hacía que las mujeres fueran consideradas como deseadas, mientras que en los sectores altos por el contrario la virginidad residente en el himen era algo considerado primordial.

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En la cultura africana se realiza la infibulación que es una técnica mediante la cual se corta (ablación) el clítoris, es decir lo eliminan y cierran la entrada de la vagina con una costura que solo deja un orificio para la salida de la orina y la menstruación. Esto se hace entre los 2 y 8 años y cuando llegan al matrimonio lo reabren con un cuchillo. Es un rito socio-religioso, con implicaciones culturales, machistas y cruentas.

La idea es preservar su virginidad e himen para que en el matrimonio su marido lo disfrute.

Sobre estas bases se desarrollan distintas experiencias en la historia, con distintas expresiones pero con una misma subyacencia: El himen, su desgarro es un premio al hombre de que está inaugurando una vía y a su vez reafirmando el concepto de propiedad y la exclusividad de su pareja en esta primera relación aunque nunca más vuelvan a tener un contacto sexual.

En sociedades como la nuestra no tenemos el dramatismo ritual de los nómadas o de los africanos, sin embargo tenemos el mismo sustrato cultural machista que convierte en objeto a la compañera sexual, que puede sustituir el vínculo de amor en la relación de placer y que cosifica a la mujer.

Tanto ha calado esta tradición y esta percepción que las propias mujeres han puesto en boga el tema de la himenoplastia o reconstrucción del himen, para revalorizar su sexualidad ante la sociedad y los compañeros como si su honor y valor descansara en este tejido.

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Si esta visión está presente en las relaciones sexuales podrá obtenerse mayor o mejor calidad en el placer, pero si lo está en una vida de pareja, seguramente traerá asociada estas ataduras conceptuales que podrían, a la larga o la corta, atentar contra un desarrollo armónico tanto de la vida sexual como el cotidiano de la relación.

Considerar el himen como premio es atentar contra la dignidad misma de la mujer.

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