Celos: ¿Amor o posesión?

Autores que han escrito sobre el tema no se ponen de acuerdo sobre la normalidad de los celos. Para unos no es normal que existan en ninguna proporción, mientras que otros entienden que es necesario una pequeña dosis de ellos, y que hay que poner atención especial sobre el ser amado.

La psicología evolutiva explica que desde que los niños entran en contacto con el mundo que los rodea, donde los padres, y de manera especial la madre, se convierten en las fuentes que satisfacen las necesidades primarias como el alimento, el aseo, el cuidado, los afectos, genera que cualquier persona o evento que ellos entiendan los pueda alejar de esa fuente de protección y afecto, les produce celos.

Es una percepción de propiedad-exclusividad individualizada con cada uno de esos actores.

Con frecuencia vemos a niños impidiendo que los padres bailen, o se abracen, o se den caricias, porque estos interpretan que le están robando algo que les pertenece solo a ellos, este proceso no es enfermizo, por el contrario, participa de manera importante en la construcción de su identidad.

En la llamada etapa “fálica”, entre los tres y cinco años de edad, Freud y el psicoanálisis describen el llamado “complejo de Edipo”, que se define cuando el niño se apega a la madre con un interés sexual inconsciente y aborrece al padre, y que luego el famoso psiquiatra, Carl Jung, aplica a las niñas con el llamado “complejo de Electra”, describiéndolo como la etapa en que éstas se apegan al padre y aborrecen a la madre.

El poder interpretar estos dos procesos normales de construcción de la identidad de los niños, nos ayuda a entender el papel positivo que juegan los celos, siempre y cuando sean pasajeros.

¿Cuándo podemos decir que los celos son excesivos?

El amor que se sustenta en el concepto de propiedad privada, de posesión, que impide al otro respirar emocionalmente como persona individual, debe ser revisado. Ahí se manifiesta como enfermedad, o como lo ha llamado el famoso psicólogo francés Jacques Cardonne: “El vicio de la posesión”.

Un vicio es una deformidad de la realidad, y si alguien considera al otro como suyo, de manera viciosa, deforma el amor sobre el que debe sustentarse toda relación.

El profesor en Psicología, Joaquín Rocha, cita esta frase: “El celoso ama más, pero el que no lo es, ama mejor”; y es lógico de entender. El celoso vive el amor de manera angustiada, quiere tanto para sí mismo que termina buscándose a sí mismo, como un clon emocional de su persona, por eso no se permite no estar pendiente de los pasos, del actuar, del sentir de su pareja.

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La ciencia reconoce una enfermedad que se denomina: “celotipia”, una obsesiva forma de poseer y de no desprenderse de lo poseído. Se ciega la razón, se llega a matar y a exponerse a que le maten; hierve la pasión.

La etimología de la palabra celos proviene del griego celos, y se traduce como “yo hiervo”, y ciertamente la experiencia y las consecuencias descritas muestran como “hierve” la pasión por no dejar lo que esta persona considera es de su exclusiva propiedad, y para evitarlo, empiezan las prohibiciones. “Yo no le permito que haga tal cosa”. Ello ya implica enfermedad, vicio, y si el otro u otra lo permite, pueden llegar a establecer un juego peligroso.

La traducción que relaciona la palabra celos con “yo hiervo” habla de violencia y obsesividad, es decir, de conductas repetitivas en torno a una idea fija que no se detiene, que se recrea, se aumenta en su mente y solo logra saciarse con acciones finales, como el ataque, la persecución, el espionaje de la privacidad del otro, y de quien se imagina puede ser un aliado o la causa de la infidelidad.

La persona enferma puede llegar a dejar de hacer cosas, a extorsionar, o en el peor de los casos, a utilizar a los hijos como escudos humanos para lograr la posesión perdida.

Todos estos comportamientos son indicadores de gravedad en la enfermedad, por eso es importante conocer los signos a tiempo, para no permitir que se agraven, porque una vez se manifiestan hacen un tornado, un círculo vicioso y hasta la pareja del celoso no encuentra formas de salir, o no quiere salir porque ya está infectado de la enfermedad.

Hay relaciones que se nutren de la enfermedad. Se desarrollan y sobreviven en ese lodazal emocional de celarse o de incumplirse, y puede que sientan placer al hacerlo, pero es enfermizo. Caminan sobre la pendiente resbaladiza y están propensos a aparecer en las primeras páginas de los diarios por pelearse y agredirse mutuamente.

La historia es la misma, uno falla y pide perdón, una segunda oportunidad; la pareja ya involucrada en la obsesión perdona, da una oportunidad y la próxima vez es peor.

Existe un mito de que esto es cosa de gente pobre, sin escolaridad, pero las noticias lo desmienten al mostrarnos a profesionales, e inclusive, a especialistas de áreas afines al tema.

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Es una debilidad de múltiples causas; si llegamos a una relación con problemas de autoestima o lo que nos interesa es obtener beneficios particulares ajenos al cariño o al amor, el tiempo se encarga de que todo se venga abajo, como en los terremotos, y se llevará las víctimas, que en estos casos pueden ser, además de la pareja, sus hijos, familiares y allegados.

La celotipia es una enfermedad que puede matar el amor, porque al ser uno de los dos miembros tan posesivo y desconfiado, ahoga el crecimiento de su pareja, y por ende, ésta reacciona queriéndose alejar, pero el otro, al entenderse propietario, deja actuar el instinto por encima de la razón, lo que termina desgastando la relación hasta llegar al desprecio.

El celo opera igual en ambos sexos, solo que el que tiene más poder o más validación social lo manifiesta con mayor fuerza.

¿Todos los celos son malos?

NO todos. Algunos autores dicen que hace falta tenerlos un poco para alimentar el amor. No de dudas, no de desconfianza, no de la celotipia que hemos definido, sino de la que aumenta el deseo de estar con la pareja, de agradarle, de satisfacerle, de complacerle.

Este celo se basa en el amor, en el respeto, en la confianza y el reconocimiento de la autonomía del otro, estas son las bases de crecimiento de ambos.

En alguna medida son necesarios en las parejas, entendiéndolos dentro de límites razonables, ya que operan como medidas de control que nos demuestran que estamos siendo correspondidos por el otro.

En tanto uno de los integrantes de la pareja siente que el otro ha perdido interés, no solo en el aspecto sexual, sino en el afectivo, de permitir y querer que el otro participe, recurre a mecanismos para recuperar ese espacio perdido. Ello alimenta el amor, la pasión y el diálogo; pero cuando la persona recurre a la dinámica de “hervir”, y su manera de recuperar ese espacio se torna obsesiva, aparecen los celos enfermizos.

La prensa con frecuencia denuncia como personas, en su mayoría hombres, atacan a su pareja porque esta terminó la relación que sostenían. Es un ataque de celos irracional, de negación a la pérdida o al despido, porque se entiende al otro como propiedad y el amor se vive de manera obsesiva, de atención y seguimiento, de irrespeto a la individualidad del otro.

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¿Existe un perfil de la persona celosa?

No podemos decir que hayan personas celosas por genética o desde el nacimiento, lo que sí sabemos es que hay personas con historias personales que le han hecho desconfiar de otros, que han sido engañados, que no han tenido una construcción emocional equilibrada en su niñez o en su experiencia amorosa, y van generando poco a poco, una enfermedad que busca conservar lo conseguido al precio que sea.

Lo importante es identificar en una pareja los síntomas y signos de estos eventos, para poder diferenciar cuándo son normales, o cuando van avanzando hacia la enfermedad, para obtener ayuda o cortar en el momento oportuno.

Hay situaciones en que personas que provienen de historias parecidas o complementarias, se buscan por atracción natural. Son personas que han vivido situaciones de engaños y desconfianzas, y buscan cobrar en el otro, que nada tiene que ver con esa historia personal, lo sufrido en otras relaciones y crean otras de odio-amor, basado en un control excesivo del otro.

Aquí la libertad se pierde, se viola, se corrompe y en muchos casos esto resulta en la violencia que hemos señalado, verbal, física, sexual, incluyendo a los hijos en el proceso y rompiendo la dinámica familiar. En estos casos la relación no se rompe y se adecua a vivir en la anormalidad y los celos pasan a ser un arma de confrontación.

Ante el mundo externo se desconoce esa dinámica porque, generalmente, la persona se presenta equilibrada y amorosa, y no demuestra la versión agresiva.

Estas parejas aprendieron a vivir en la enfermedad, y así pueden convivir por muchos años, llegando a extremos peligrosos de querer hacer al otro consciente de infidelidades y engaños de distintos tipos. La regla de oro será saber cuándo aparece una señal de alerta en una relación que se va enfermando y buscar ayuda profesional.

Debemos aprender a reconocer cuándo a la relación le hace falta un poco del “celo bueno”, del que condimenta una dinámica amorosa y ayuda a que el otro vuelva la mirada hacia nosotros con ánimos de continuar identificándonos como personas, y como individuos libres.

Eso es ser pareja; dos que se hacen uno sin dejar de ser cada cual. La confianza y la autonomía son las bases del amor. Desde la mitología griega hay una frase irrebatible, “el amor no vive donde vive la desconfianza”.

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